Francisco Barro lleva 30 años dedicado a estudiar el trigo, y sus investigaciones han dado como resultado la posibilidad de crear un trigo sin gluten, un trabajo que supondría una liberación para los celíacos. Sin embargo, la Unión Europea no permite cultivarlo dentro de nuestras fronteras, aunque sí permite es comprarlo, motivo por el que el trigo creado por Barro y su equipo del Instituto de Agricultura Sostenible del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) tendría que ser cultivado fuera e importado por España y el resto de países europeos, si se pretende disfrutar de sus ventajas.

 

La regulación europea, aprobada en 2001, es una de las más restrictivas del mundo respecto a los productos de origen biotecnológico. Tanto, que en más de dos décadas solo se ha aprobado una variedad de planta modificada genéticamente: el maíz Bt, creado para resistir las plagas de orugas conocidas como taladros.

Según comenta Barro con resignación, "ni siquiera las multinacionales se atreven a meter este tipo de cultivos en la Unión Europea, les sale más rentable hacerlo fuera", a lo que ha añdido que "esta legislación echa para atrás a cualquier tipo de empresa que quiera cultivar y comercializar el trigo en Europa".

Sin embargo, hay una ventana de esperanza: el pasado 7 de febrero, el Parlamento Europeo aprobó una propuesta de la Comisión que regulaba, en las plantas, las nuevas técnicas genómicas, entre las que se encuentra CRISPR, una herramienta conocida como corta-pega genético. Entre sus muchas ventajas, CRISPR permite modificar el genoma con una precisión desconocida hasta el momento; es decir, no crea productos transgénicos, sino que se usa para activar o desactivar un gen concreto cambiando una de las letras (A, C, T o G) del ADN.

En 2018, el Alto Tribunal Europeo consideró que los productos obtenidos mediante CRISPR eran similares a los transgénicos, por lo que su obtención y aprovechamiento estaba restringido dentro de las fronteras de la Unión Europea, una sentencia descorazonadora para el equipo de Barro, y para los numerosos de investigadores europeos que buscan mejorar las vidas de la gente con plantas más resistentes a plagas y al cambio climático.

La propuesta aprobada el pasado febrero podría colocar a Europa, si no a la vanguardia biotecnológica, más cerca de ella; pero todavía queda un paso crucial: el texto final que actualizará la directiva debe aprobarse por el Parlamento

La idea original de Barro era justo la contraria, ya que pretendía crear un trigo con más gluten, que la calidad de la harina para hacer pan, aumentando su esponjosidad, eso, hasta que se dio cuenta de que había una parte de la población que seguiría sin poder comerlo.

El gluten no es una única proteína sino que son un conjunto dividido en dos familias: gliadinas y gluteninas. Las segundas se relacionan con la viscosidad de la masa y las primeras con la elasticidad. Estas últimas son la que contienen el 95 % de los epítopos, las moléculas que reconocen los anticuerpos y generan la reacción inmune.

Para eliminar las gliadinas, aprovecharon un método de defensa de las células eucariotas frente a los virus: estos tienen una doble cadena de ARN, que reconocen las células y lo atacan. La idea era hacer pensar a la célula que el ARN expresado por por los genes que codifican las gliadinas eran de virus y evitaran su expresión.

Consiguieron un trigo similar al que contiene gluten a través de pruebas en ratas que fueron un éxito, mientras que los ensayos en personas mostraron que el pan fabricado con esta harina era seguro y mantenía las propiedades organolépticas del trigo natural. Se trató de un hito no solo para los celíacos sino también para intolerantes y alérgicos al gluten.

Según Barro, "el trigo es el único cereal panificable", y añade que "con la harina de arroz o la de maíz hay que introducir ingredientes que permitan trabajar la masa, como azúcares y grasas, lo que los hace menos saludable". Su pan, en cambio, mejoraba incluso la microbiota de quienes lo probaron, "favoreciendo la permeabilidad intestinal y reduciendo las diarreas, un efecto negativo habitual".

Pero, según cuenta un amplio reportaje publicado en el diario digital El Español, había un problema: tenían que introducir nuevos genes para ello, por lo que su trigo se calificaría de transgénico, palabra fuertemente estigmatizada en Europa pese a que "nunca se ha demostrado que estos organismos generen problemas de salud o medioambientales. Pero la percepción negativa está ahí".

Con la llegada de las nuevas técnicas de edición genética podían solventar este problema, teniendo en cuenta que el CRISPR no introduce material extraño en el grano de trigo, sino que simplemente realiza una modificación precisa en la cadena de ADN.

En marzo de 2018 publicaron un trabajo, Trigo no transgénico bajo en gluten, donde explicaban sus resultados, y enfocaban el sueño de mejorar la vida de millones de celíacos. Sólo unos meses después llegó el jarro de agua fría, cuando el Alto Tribunal de la Unión Europea sentenció que el  CRISPR no estaba eximido de cumplir la directiva europea que regulaba los organismos modificados genéticamente, equiparando sus resultados a los productos transgénicos.

La sentencia era una forma de solventar de forma transitoria un problema cada vez mayor, ya que las técnicas modernas de edición genética aparecieron después de la directiva europea que tenía que regularlas, por lo que era necesario actualizar la misma. En 2023, la Comisión Europea envió al Parlamento un borrador que facilitaba un poco las cosas, de manera que las técnicas no transgénicas, como las mutagénesis dirigidas, o lo que es lo mismo, el uso de químicos y radiación gamma o ultravioleta, quedaban exentas de la regulación más dura.

El borrador fue aprobado por el Parlamento el pasado febrero, tras lo que ha pasado al Consejo de la Unión Europea, que lo debatirá con el nuevo y Parlamento y la nueva Comisión surgida tras las elecciones del 9 de junio, para dar paso al texto definitivo.

Así las cosas, el investigador español lamenta la estrechez de miras de la Unión Europea cuando en otros países como Estados Unidos, Australia o Japón, no miran la tecnología sino el resultado final. En este sentido, el experto ha asegurado que "si el trigo es comparable al natural, no hace falta regulación especial".

Con todo, su equipo continúa trabajando en este trigo sin gluten para que llegue al mercado cuando antes, y en el futuro está la posibilidad de continuar la investigación con otros cereales, como la avena o la cebada.

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