A pesar de cumplir estrictamente la dieta sin gluten, hasta un 30 % de pacientes celíacos siguen presentando molestias gastrointestinales u otros síntomas. Investigaciones recientes apuntan a que las alteraciones en la microbiota y los marcadores metabólicos podrían ser la clave para entender este fenómeno conocido como “enfermedad celíaca no respondedora”.
Los celíacos que no mejoran pese a evitar el gluten completan un escenario clínico desafiante. En este sentido, un estudio reciente del IMDEA Nutrición ha identificado biomarcadores microbianos y metabólicos que podrían diferenciar a estos casos del resto, sugiriendo que no basta con eliminar el gluten para restablecer la salud intestinal, una situación, también llamada enfermedad celíaca no respondedora, que afecta a tres de cada diez pacientes.
Un primer factor probable son las alteraciones de la microbiota intestinal (disbiosis). Los estudios muestran que los celíacos presentan una composición microbiana distinta respecto a personas sanas, que cuenta con más abundancia de proteobacteria y menor de géneros benéficos como bifidobacteria o lactobacillus. De esta manera, en quienes persisten los síntomas pese a una dieta sin gluten, esa disbiosis parece más pronunciada, además de que una dieta libre de gluten por largo tiempo podría reducir la diversidad microbiana, lo que empeora el ecosistema intestinal.
Sin embargo, no todo puede atribuirse a la microbiota, y los pequeños errores dietéticos también tienen un papel importante. En revisiones dietéticas a pacientes con síntomas persistentes, a menudo se detectan contaminaciones inadvertidas con gluten, por ejemplo, en productos aparentemente inocuos o manipulaciones cruzadas, que reactivan la respuesta inmune. Además, siempre pueden sumarse otros factores, tales como intolerancias digestivas secundarias como a la lactosa, sensibilidad al gluten no celíaca, o cuadros funcionales tipo síndrome del intestino irritable que coexisten con la enfermedad celíaca.
Otro ámbito emergente es la influencia del metabolismo y los marcadores bioquímicos. En este sentido, el estudio de IMDEA señala que los casos no respondedores presentan firmas metabólicas particulares que podrían reflejar procesos inflamatorios persistentes, daño residual o alteraciones en la función intestinal más allá del gluten. Estos biomarcadores podrían, en el futuro, servir para segmentar los pacientes y diseñar terapias personalizadas.
Para el manejo clínico, la estrategia debe ser integral, y pasa por revisar con detalle la dieta para descartar cualquier contaminación, evaluar posibles comorbilidades digestivas o funcionales, y considerar intervenciones sobre la microbiota (probióticos, prebióticos) como complemento.
Aunque todavía no hay consenso sobre qué probióticos usar ni en qué dosis, esta vía se vislumbra prometedora, y la clave estará en avanzar en la estratificación de pacientes mediante esos biomarcadores microbianos y metabólicos, para que cuando “la dieta no basta”, la ciencia tenga una respuesta personalizada.