Las personas intolerates al glúten o a la lactosa saben lo que significa seguir una dieta de exclusión y lo que supone dedicar su tiempo a escoger los alimentos más adecuados y, en muchos casos, pagar un precio muy superior por esos productos. Sin embargo, no se plantean hacer otra cosa, porque tienen un diagnóstico médico y saben que la única forma de encontrarse bien y evitar problemas mayores es eliminar de su alimentación aquello que no toleran.

 

Ahora, un informe titulado Tendencias de exclusión alimentaria en la población española, elaborado por la Academia Española de Nutrición y Dietética en colaboración con la Fundación Mapfre, acaba de confirmar que se trata de una costumbre muy extendida.

Elaborado con una muestra de más de 3.000 personas, este estudio estima que un un 8% de los encuestados declara realizar una dieta sin gluten, mientras que un 70 % la hace extensiva a sus familias. Sin embargo, esta exclusión no tendría justificación científica para el 72 % de los casos.

El gluten y la lactosa son los dos componentes que se excluyen con mayor frecuencia, pero también hay muchas personas que prescinden en mayor o menor medida de los hidratos de carbono (dieta cetogénica y otras), de los alimentos de origen animal (dietas flexitariana, vegetariana o vegana) y de otras materias primas o nutrientes.

Giuseppe Russolillo, presidente de la Academia Española de Nutrición y Dietética, ha expuesto algunos de los hallazgos más sorprendentes del informe, y ha explicad que “las personas tienden a autodiagnosticarse una intolerancia o un problema con su alimentación y retiran o excluyen de su dieta alimentos o nutrientes que podrían ser importantes”.

Lo que en su opinión resulta más llamativo es que es que esos elementos eliminados los sustituyen por otro tipo de alimentos que, sin un control profesional, con el tiempo podrían contribuir a perjudicar su salud. En este sentido, el experto recuerda que “ante la sospecha de enfermedad o síntoma o ante cualquier duda de que un alimento nos pueda estar sentando mal, se debe acudir al médico, que realizará tanto una valoración clínica como las pruebas complementarias necesarias para establecer el diagnóstico y, en caso de precisar un tratamiento dietético individualizado, contactar con un dietista-nutricionista o un médico especialista en endocrinología y nutrición”.

Entre los motivos para excluir el gluten de la dieta por parte de los no celíacos, destaca que consideran que no son sanos, y puede darse el caso de que, tras el cambio, en ocasiones se sientan mejor, pero si no tienen una intolerancia u otra enfermedad lo que puede estar sucediendo es que, por ejemplo, hayan sustituido esos alimentos por frutas, verduras, productos integrales u otros productos sanos.

Pero el problema sigue ahí, y es que no ha habido un diagnóstico médico ni un asesoramiento nutricional, por lo que a la larga pueden surgir carencias nutricionales.

Cabe precisar que el autodiagnóstico y autoprescripción de una dieta de exclusión también se lleva a cabo, aunque en menor medida, por la convicción de que se padecen enfermedades infecciosas intestinales, otras intolerancias o sensibilidades alimentarias, fatiga crónica o enfermedad de Crohn, entre otras.

Por otra parte, están las convicciones personales o la adhesión a un estilo de vida determinado. Por ejemplo, las dietas de tipo flexitariano, caracterizada por una baja ingesta de carnes, pero dando prioridad la blanca y magra (7 % de los encuestados); vegetariano, que excluye carnes y pescados, pero puede permitir lácteos y huevos (4 %); y vegano, que no admite ningún alimento de origen animal (0,8 %).

Entre las carecncias nutricionales que puede casar una dieta sin gluten o baja en gluten en una persona que no es celíac ni intolerante, destca que podría conducir a una menor ingesta de fibra y vitaminas D, B12 y folatos, así como de ciertos minerales (hierro, zinc, magnesio y calcio).

Además, podría llevar a un mayor consumo de grasas saturadas y parcialmente hidrogenadas.

Por otra parte, la deficiencia de vitamina B12 que se encuentra en productos animales, puede causar problemas leves o moderados, como cansancio, debilidad o pérdida transitoria de memoria; y en algunos casos puede derivar en problemas más graves, como la anemia megaloblástica, trastornos neurológicos, depresión o demencia.

Organizaciones

More Articles