Junto a la Tarta de Santiago, las benedictinas del Monasterio de San Pelayo de la capital gallega, Santiago de Compostela, elaboran dulces sin gluten, entre los que destacan sus conocidos Almendrados, para que todos puedan disfrutar, en lo que es una muestra más de una vocación orientada hacia la acogida.

 

«Nosotras somos las peregrinas de menor kilometraje a la tumba del apóstol Santiago», ha comentado Sor Almudena, la abadesa de las benedictinas del Monasterio de San Pelayo de Antealtares, situado enfrente de la Puerta Santa de la catedral de Santiago de Compostela, para añadir que «solo tenemos que cruzar la plaza de la Quintana y ya le damos un abrazo al santo".

Cuenta la revista Alfa Omega que el olor de su obrador se puede percibir alrededor del edificio monástico, sobre todo el de la tarta de Santiago, que es «nuestro producto estrella» junto con los almendrados sin gluten: «simplemente porque no tienen harina y así los pueden consumir personas celíacas», dice la abadesa.

Estas mujeres son las herederas de los doce monjes que el rey Alfonso II envió a Compostela en el año 820 a custodiar la tumba de Santiago y a acoger a los peregrinos.

«Llevamos 524 años haciéndolo sin parar», afirma la abadesa, pues la presencia de las monjas está documentada ininterrumpidamente en este lugar desde el 23 de julio de 1499. Hoy lo hacen «sencillamente a nivel espiritual; más bien decimos que es Santiago el que cuida de nosotras», asegura la religiosa.

Y así debe de ser, pues desde que llegaron a la ciudad no solo se han salvado de guerras y desamortizaciones, sino que han llegado a acoger a varias comunidades de religiosas de otras órdenes en sus complejas vicisitudes históricas.

Hoy son 23 monjas, todas españolas salvo tres que proceden de Angola. A pesar de estar en el meollo de peregrinos y turistas, las religiosas preservan su intimidad y su oración gracias a la clausura. «Estamos muy a gusto en el monasterio. Si necesitamos salir, salimos, y cuando recibimos a la gente lo hacemos sin rejas. Pero la clausura favorece nuestro silencio y nuestro encuentro con el Señor, no está para aislarnos del mundo», asegura Sor Almudena.

Al contrario, el monasterio tiene para ofrecer a los de fuera una pequeña rendija de su vida: una hospedería monástica, y cada día cantan en el templo en la Eucaristía y en las vísperas, celebraciones abiertas a todo aquel que quiera asistir. Por eso no duda en decir que «nuestro apostolado principal es la liturgia», ya que es habitual que acojan en su iglesia a grupos de peregrinos de todo el mundo.

A todos les ofrecen una visita a su pequeño museo monástico, otra de sus fuentes de ingresos junto con los dulces y la hospedería, ya que hace tiempo renunciaron a la escuela infantil y a la residencia universitaria «porque no podíamos con tantas cosas», ríe la abadesa.

Hoy el legado de la historia duerme en una casa de mujeres que viven entre rezos y cánticos, sembrando a su alrededor un olor a dulces que atrae como un imán a propios y extraños hacia este lugar desconocido en pleno corazón de la transitada ciudad de Santiago de Compostela.

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