¿A quién podría escaparse el placer de caminar por la ciudad con bajas temperaturas y parar en un puesto de castañas asadas...?... y si, los celíacos también pueden disfrutar de este placer... Se trata de un fruto seco, cuya parte comestible tiene menos de un 50 % de agua en su composición, aporta 36 mg de calcio por cada 100 gramos de castañas, por lo que puede considerarse una fuente complementaria a los lácteos.

Al contener poco agua, sus nutrientes están muy concentrados, lo que hace que tengan una mayor densidad energética y nutricional que el resto de frutos.

Las castañas, en comparación con otros frutos secos como las nueces, almendras o avellanas, tienen como principal nutriente los hidratos de carbono, al estar compuestas de un 47 % de carbohidratos, de los que la mayor parte es almidón (26,5 %), un 13,5 %, son monosacáridos y disacáridos, es decir, azúcares simples, y un 7 % es fibra.

Tienen una pequeña proporción de proteínas (3 %) y de grasa (2,6 %); y el aporte energético es de unas 200-210 kilocalorías por cada 100g.

Según ha declarado al diario ABC la nutricionista, dietista y consultora de seguridad alimentaria Beatriz Robles, las castañas tienen una textura harinosa debido a su contenido en almidón y, de hecho, se comercializan también en forma de harina, que se obtiene por secado y molienda. En cualquier caso, destacan porque se emplean para la elaboración de preparaciones aptas para celíacos, ya que no contiene gluten. 

Entre los beneficios de tomar castañas, destaca que son buenas para los problemas de riñón, al tiempo que están recomendadas para personas con anemia. Entre sus contraindicaciones, es necesario tener en cuenta que resultan perjudiciales para los diabéticos, además de ser algo indigestas.

Aunque la forma tradicional de cocinar las castañas es asarlas, retirándolas del fuego antes de que alcancen la textura deseada, también pueden consumirse cocidas, aunque es una preparación que se usa generalmente como preparación para otras elaboraciones, tales como purés o pasteles.

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