El sorgo es un cereal que no contiene gluten; y que sin ser una fruta, tiene más antioxidantes que los arándanos y las granadas. Además de fibra y grasas insaturadas, aporta buenas dosis de proteína y de minerales como el potasio, el calcio, el hierro y el fósforo.
Se trata de un antiquísimo grano –el quinto cereal más cultivado en el mundo– que en España se conoce como forraje y por el que ahora se pirran los que están al tanto de asuntos de nutrición, y especialmente los celíacos.
Se ha comprobado que el mix de fitoquímicos del sorgo (sustancias que las plantas han desarrollado para protegerse de la radiación solar y otros riesgos del entorno) puede ayudar a reducir el riesgo de cánceres de piel y colon mucho mejor que otras semillas.
Entre los pequeños problemas del sorgo, destacan que algunas variedades de la planta (hay 366 descritas y, de estas, solo 31 aceptadas) no se digieren demasiado bien. Por este motivo, los agricultores que ven el interés de la gente por ese cereal, se han puesto a cultivar variedades de sorgo digeribles y con propiedades apetecibles para el consumo.
Al ser fácil de cultivar, resistente a las sequías y con menos necesidad de agua que el trigo, los expertos en mercados de futuros ya prevén un fuerte tirón de la demanda de sorgo, como prueban los precios en aumento y las muchas páginas que le dedican ahora las revistas y webs de gastronomía y nutrición.
Los etíopes lo fermentan para elaborar su célebre pan plano injera. En la India, lo mezclan con arroz para preparar el sorghum dosa (una especie de pancakes). En la cocina árabe, se emplean los granos enteros, tanto en cuscús como en sopas. Los chinos lo utilizan para elaborar bebidas destiladas y los sudafricanos, para cerveza (como la versión local de Guinness).
Los países de Centroamérica lo usan para sus tortillas, en lugar del maíz, o hacen estallar los granos para hacer palomitas.